Fue ella quien primero los sintió. Tras irme, unos golpes secos retumbaban en el techo. Quiso pensar que eran ratones haciendo ruido, pero lo mismo se repetía cada vez con mas frecuencia. Unos pasos firmes, y un sonido contra el parqué que era una puñalada a su calma.Pedí estar junto a ella en mi trabajo, y así pasamos los días. Comprobamos que no era cualquier otra cosa. Cada explicación alternativa era un lenitivo momentáneo que deseábamos aceptar pero se revelaba insensato. La casa era demasiado grande. Nos forzamos a estar juntos siempre, y en los raros momentos de necesidad, establecimos que cada puerta debía abrirse solo si conocíamos su uso y otro de nosotros había estado allí. Los ruidos crecían, y sentíamos presencias invadiendo lo que había sido nuestro sueño. Tratamos de consultar a videntes, espiritistas, parapsicólogos; nadie acudió. Leímos. Recogimos las llaves un día, y todas fueron al arroyo en un día de sol en el que nos sentimos valientes para aventurarnos fuera del pequeño salón con cocina que se convirtió en nuestro único hogar. No dormíamos. Nos sobresaltábamos con cada murmullo o cada silencio repentino. "Han llegado a nuestro dormitorio", me dijo un día Irene. Un cristal sonó roto y ella juró que era nuestro marco familar. Ella lloraba mucho entonces, y ahora no es mejor. Yo construyo parapetos en las puertas y paso las restantes horas mirando a la grieta de la pared; no podremos arreglarla.
Irene me sonreía antes sin poder evitar las lágrimas, decía que había dormido mejor y que creía que podremos habitar una pequeña parte de la casona con precauciones. Quiere desclavar las tablas de los ventanales y se ha decidido a escapar por el bosque, a pesar de que el pueblo está a 50 minutos andando rápido, o a pelear. Trata de animarme, me pregunta que me pasa, parece consolarse siendo esta vez el rol fuerte de los dos. Y yo, que salía a sus espaldas para tratar de averiguar que salas habían sido tomadas y cuales necesitarían más cuidados para impedir su entrada...yo, como podría decirle que con alegría recorrí el pasillo hasta el salón donde bailamos la primera noche y mientras sonreía vi el espejo frente a mí. Allí estaba, con todo su horror. No había duda. Reflejado en él, había un escritorio de cedro y una pared enorme como mi pavor. Los reinos del sueño son misteriosos. No habrá piedad con nosotros. Y ella ya no querrá nunca salir de aquí. Y yo tampoco.
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