Para que tu ser
pese sobre el suelo también fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo.
Se necesitó un alba ausente cayendo sobre las almenas esbeltas en Silesia que
iluminó el camino de dos que se buscaban. Se necesitó un cuchillo alevoso sobre
el costado de alguien olvidado hace mucho y el beso desesperado de los amantes
antes de la despedida que nunca más se hizo. Fue precisa la sal y el aroma de Samarcanda
que empujaron a un niño a emprender un viaje a tierras lejanas. La danza
inefable de los astros silentes, la suerte oscura de quien no mira atrás. A
través de las generaciones la línea de tu vida pendió de venganzas, pactos,
acecho y fuerza. Nada te fue negado, ni el héroe que engendró tu estirpe antes
de caer con gloria ni el traidor que prosperó en la desdicha de otros.
Para que tus ojos
miren la vida antes de que la tierra los ciegue, se hizo necesario caer en la
tribulación y alzarse de la penumbra. Tus genes llevan en ti esa memoria difusa
del triunfo y fracaso entrelazados que, como la vida, contemplan nuestro escenario.
Se requirió el rugido del león y el ataque del lobo. La noche estrellada y el
bosque susurrante. La lectura y el baile, el templo y la taberna. Hubo alguien
que deseó ser parte y se retiró de tu
origen, o fue tu origen y se ocultó, taimado. Hubo ardor, violencia, fuego,
sexo, praderas, nubes, batallas, ciudades, trenes, banderas, odio, añoranza,
excusas, pesares, mar, alegría y olvido.
Para que te
llames y una voz te nombre fue precisa la alquimia de las horas y la abrumadora
fuerza de la fortuna. Girando, nos llevó a esta tierra, eliminó rivales y
ascendió promesas. Para que tus pies
fatiguen la llanura y tu espíritu se agote con la espuma de los días en
ciudades tristes, todo fue necesario. Alejandro y la mosca, el profeta y el
barro. Para que nos crucemos sobre un mismo tiempo, fueron necesarios muchos
otros y lugares que ya no existen. La caoba y el bronce, la pasión y el hielo.
Y ahora comprendes que retornar a esas tierras no deja nada en ti, pues todas
son tú y en tus brazos llevas la nueva aurora que te permita moldear el breve
tiempo que te sea concedido.
Para que tus
manos se encuentren con otras en un instante infinito, hizo falta lo que puede
ser nombrado y lo que nunca se supo decir. Y ahora caminas por la vereda, exangüe,
divertido y presto, mirando a la luna con los ojos de entonces, apretando el
paso. Para que mañana el alba se desplome sobre las almenas esbeltas.
Y las promesas
extiendan el hilo que te traspasa hacia el futuro que te llama.
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