domingo, 3 de noviembre de 2019

Del estado del mundo. Un boceto simple. I, el ser humano.

Llegó al mejor de los tiempos conocidos, pero muy lejos de los mejores posibles, como se le recordaba cada día amargamente. Confuso andaba, tratando de desentrañar de entre todos los impulsos de información y acción que recibía, que podría servirle. Navegaba en olas crispadas de ira tratando de aquietar su rincón secreto, aunque a veces no sabía si lograría mantenerlo a salvo.

Como la mayoría de los hombres de todas las épocas, él también había asumido los mitos de su tiempo por pura pereza. Recibió las ideas naturales de su era. El alma y Dios eran inventos para controlarlos. Todo marchaba cada vez peor por culpa de otros y era la labor heroica de su generación salvarlo todo; le dijeron que la rebelión era una fruta dulce contra un orden abyecto; que el individuo estaba en peligro por la acción de la masa y el capital, amenazado de convertirse en un autómata en manos de quienes ostentaban un poder en la sombra. Finalmente, lo más asombroso, la violencia fecundaba sueños hermosos y el heroísmo recuperaba lo que comprometía en virtud de su sacrificio, resaltado por el aplauso flácido del sentimentalismo imperante, saliendo así gratis. A él, en verdad le costaba verlo.

No creía que el reto fuera la rebelión del individuo, sino la de la humildad, sin que todos pretendieran ser distintos a todos los demás y arriesgasen el orden social con frivolidad y vacío espiritual. Le divertían y asustaban los eslóganes que hacían de la rebelión una pradera hermosa, pues había aprendido a saber que las acciones revelaban más que las frases y dudaba que un poder omnímodo financiase a su resistencia; así pues, sospechaba, que el poder verdadero era el que luchaba por la hegemonía y se aliaba con los pobres de alma que deseaban ver el mundo arder para castigarlo por sus frustraciones personales. La revolución renace siempre como un fénix porque promete una libertad por la que nunca habrá que pagar un precio. La potestad de los dioses, no la contingencia humana. De tal modo, veía los ideales y las ficciones de sus años y le resultaba que el miedo siempre primaba en ellas sobre la esperanza. Y de esa forma, supo que la vida era torbellino y cambio y que quien le ofreciera algo seguro, trataba de utilizarlo. Y se desembarazó de cuentos infantiles y de cuantos pretendían fijarlos en  la puerta de su vida.

Su vida no es modélica ni representa nada. Pero intentó romper con la sensiblería que impone malvados y seres de luz con sensibilidad, la simpleza que confunde rutina y memoria con falta de pensamiento con pensamiento y humildad y la culpa que envenena la vida por medio de traficantes maliciosos con alegría de vivir y de compartir.

Quiso unir la bravura con la perspicacia y a eso le llamó fuerza. Quiso aunar fracaso y sonrisa, y deseó que esa fuera su autenticidad. Trató de mejorar su mundo alegrando a quienes le rodeaban. Vivía, quizá aún vive su vida mediocre entre barras de bar y oficinas, o campo y cielo. No sabe que traerá mañana. Sea luz o penumbra, eligió hacerlas suyas. Camina, pues morirse debe ser dejar de hacerlo, por caminos normales y para pelear contra el temor, ha decidido aceptar su reino y no darle ni un palmo más. Se irá a dormir pronto. Mas antes, dará gracias y se envolverá en su mundo para no perderlo.



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