viernes, 22 de junio de 2012

Caímos en la noche

Nada había, porque nada existía fuera de nosotros, y lo que nuestros sentidos cercenados vagamente lograban intuir. Silenciados, veíamos con nuestros dedos las piedras antiguas, nuestro rostro sentía las tempestades lejanas, nos oíamos y no pronunciábamos palabras. Olíamos el humo. Pisábamos monedas frías. Avanzábamos en espirales, entre salones derruidos.

No era la oscuridad que alguna luz lejana disipa y burla de repente. Era viscosa y helada. Había gritos y a veces risas nerviosas. Las estrellas no aparecían. Los susurros daban noticias de nosotros. Había una guerra. Quien buscaba la luz, rasgaba la palma de sus manos, sacrificando algo más claro que la noche cruel. Quien apelaba diciendo que deberíamos esprear la luz del cielo, sin enemistarnos con el creador de la oscuridad, habían cubierto sus manos con el lodo del suelo. Se buscaban, discutían, gruñían y construían teogonías detalladas. También existían ateos, sofistas, místicos, violentos. ¿Quién creyó en las revelaciones de videntes en un mundo cegado? ¿Qué se manifestó en esos rumores persistentes de una hoguera lejana desde la que se había iniciado la redención? Separados de la luz. Una espesa negrura que ningún límite contiene. El goteo de una tubería cercana nos parecía la percusión de una sinfonía, y los gruñidos de violencia y agonía de animales salvajes una manifestación de vitalidad y alabanza.

Había quien se acostumbró a vivir entre muros, y recorrerlos. Hubo quien siguió el sonido de las corrientes del gran río, que nunca se demostró ser el mismo, o bien distintos. Breves formas que adaptadas surgieron, alimentaban ascéticamente y de vez en cuando proporcionaban visiones de colores. Su crueldad fue declarada y prohibidamente veíamos grifos, leviatanes, hidras, recuerdos de cuentos que los viejos enseñaban a los jóvenes, cada generación más absortos. ¿Qué es un hocico, qué una escama, qué una ola? Sorprendidos por la súbita oscuridad, todo se simplifica y la cadena se torna de terciopelo (un día nos dijeron que era lo contrario del tacto de las rocas).

En esa noche ferviente, construíamos vidas. Aprendimos a conocernos por el ruido de las pisadas, a reunirnos en asambleas banales que daban constancia de nuestra resignación y lamentos, pero que servían para llorar porque al lado había alguien que también había compartido nuestras esperanzas, y también lloraba. Pedíamos una explicación, un salvador, una promesa. Pero caíamos, y seguíamos cayendo, pocos habíamos conocido la luz, y para algunos, su vuelta sería el verdadero suplicio. La madera podrida. La lluvia, ácida. En despojos de palacios, cabalgaba la muerte en manos de sectas terribles. Y en las orillas del río, un olor indescriptible nos alejaba. Vagábamos enloqueciendo. Huíamos sin pausa. En pozos antiguos, nos aferrábamos a las ramas de frutas dulces, sin importarnos nada.

Caídos en la noche, esperábamos merecer la nueva oportunidad de una aurora.

domingo, 3 de junio de 2012

La imposibilidad de la lluvia

Puede acariciarte o golpearte, estremecerte o liberarte, pero es imposible expresar lo que es la lluvia. Una vez más no, por favor. Hemos oído todas las onomatopeyas y las enumeraciones son un desperdicio de imágenes. La lluvia es imposible de expresar. Sobre un papel y una pantalla. Afortunadamente, su magia recurrente ha sido compartida y sus símbolos se nos dan con frecuencia como para que no haga falta.

Ayer, la lluvia rasgaba mi ventana y ponía un fondo de percusión y trazos líquidos que aislaban mi cuarto del mundo exterior. Creo que me sentía bien. Melancólico y distante. Los ritmos de la lluvia fina serenaban todo, y acompasaban todo. Los esfuerzos juguetones de la memoria y la imaginación para recordar volutas de humo surgiendo de una taza blanca de chocolate. Otras ventanas. El olor de la tierra mojada. Las espinas y los arcos oxidados de cementerios de pueblos moribundos. La lumbre que crepita en un cuartín diminuto y dialoga rítmicamente con el caer gota a gota. La mitología privada irlandesa que uno va confeccionando caprichosamente. Las lágrimas en la lluvia, las tempestades que nadie oirá sobre mares que han sepultado cosas que otros desdichados ojos vieron y no pudieron contar. En fin, hay millones. Pero que difícil es dejar de describir la magia de formar parte de lo de fuera a través del hechizo interno y el asombro ante lo más natural. La nieve cae en el silencio, y ese silencio es fecundo para soñar (al menos, supongo, para aquellos que no hemos nacido en países nórdicos o Invernalia . El intervalo de la caída del agua crea un espacio imposible de mejorar con nada que no sea ese compás primario imitado con resultados parecidos a los míos intentando ganar al ajedrez a Fritz (un insolente amigo ajedrecista que vive en un juego) cuando se pone en un nivel medio o alto. Ridículos, jugadas extravagantes. pero tampoco importa demasiado, porque es algo común. Quizá no visteís la fina película de agua que difuminaba colinas y campos ondulados, pero visteís otros contornos, y os sentisteís de una forma similar. Sólo sé que no sabía que escribir, y ayer pensaba viendo la lluvia en el suelo de una calle preciosa y querida para í los reflejos de los faroles antiguos, y una grata sensación de que a veces todo parece encajar, o al menos, sería posible.que hay cosas que no sabemos expresar, per todos hemos sentido. Que vivir (generalizando a lo bestia, en cierto modo) es más fácil, si uno se lo propone. Que hay palabras: mar, libertad, azar, hogar, fuego, amor de madre, ventura, macroeconomía... cuyo eco fortalece o enerva. Y que hay que usarlas con cuidado. Y si las cosas viene bien, engullir con gula. Y salir a la lluvia, o sentir la paz.

¿Alguna más, gente?



Es la lluvia de siempre, la actual
que en lo tocante a lluvias
es un absurdo ser original

Andrés Trapiello