lunes, 2 de abril de 2018

Fragmento final de "La fuga del azar".



La idea de que la vida humana estaba determinada por diversos factores y era delimitable atendiendo a factores limitados era un concepto comúnmente aceptado en la época. La investigación estadística, psicológica, genética, social o histórica conformó una antropología revolucionaria: el ser humano es un complejo sistema, pero está sujeto a las leyes de la causalidad. El estudio matemático de los factores natales y la interacción social harían posible la predicción de la conducta de un individuo cualquiera con un margen de error mínimo.

Contrariamente a lo que muchos habían pensado, esta revolución cultural no causó grandes turbaciones; la mayoría había aceptado como igualmente válidos todos los ritos, igualmente aceptables todos los puntos de vista e igualmente legítimas las diversas consolaciones de la muerte. De modo que conocer el futuro no parecía una mala idea, para prevenir injusticias y violencia y proteger inocentes. A la objeción de que la actuación sobre el objeto estudiado modificaría sus resultados se arguyó que la propia infalibilidad del sistema corregiría esos errores calculando la perspectiva más satisfactoria. Fueron días de asombro. El amor fati se convirtió en una prescripción

Sin embargo, el proyecto adolecía de una frialdad que sus críticos anticiparon; el futuro podría ser un lugar más confortable a condición de no saber nuestro papel en él. La pérdida de albedrío y el miedo al fin se conjurarían para hacer fracasar el proyecto. Millones de solicitudes fueron cursadas pero ni una sola de ellas versaban sobre el solicitante o una persona amada (si el amor tenía sentido después del anuncio del fin del futuro). Sin embargo, finalmente la curiosidad se impuso, como los propios investigadores habían previsto; conocer el fin se consideró beneficioso para el disfrute de la existencia. Y tras la negación, la aceptación se impuso. De todas formas, hemos de morir, se decían.

Fue solo entonces cuando se presentó sobriamente el artefacto delicado y atrozmente preciso que había calculado todas las posibilidades de tu vida y la mía; quien nos abandonó, a quienes hicimos daño, que noche pudo cambiarnos para siempre y por qué la razón de esta desdicha sin nombre. Sus promotores afirmaban que ese aprendizaje no sería fútil: nos serviría para mejorar en la próxima oportunidad, si nos fuera concedida, en virtud del principio de la hipótesis más favorable. La población humana no sabía ser tan optimista y temía que el futuro pasado y las opciones anulara el presente. Y sin embargo, miró la maquina, tomó sus datos, vivió como mejor supo y pudo. Procesando trillones de datos, la máquina Zaratustra emitía débiles murmullos, quizá semejantes a un suspiro inocente de satisfacción. El hombre al fin había sido superado.