domingo, 28 de febrero de 2016

El río del tiempo.



La entrada a la cueva era angosta y húmeda, cubierta de matorral. Una luz resplandecía débil en la oscuridad. Los minutos pasaban y la negrura se iba diluyendo en una sombra que creó figuras cercanas mientras descendía palpando la roca. No muy escarpada, la pared dejó paso a una galería abovedada y estrechándose por los costados. Avanzaba como en un sueño,guiado por una música que había despertado en su espíritu. Un rumor había crecido a medida que avanzaba, y al tiempo que llegaba a contemplar la nueva estancia subterránea, esa música se acompasó al rumor de una corriente agitada de formas, colores, alientos y sucesos. Y supo, sin saber cómo, que era el río del tiempo, incesante, inaprensible, fatal. Y lo vio todo.


La destrucción de Tyre, de John Martin. 1840, Museo de arte de Toledo


Vio la destrucción de Troya, y la lenta decadencia de los Imperios, Samarcanda y Tiro. Vio nacimientos, reyertas, mezquindades ocultas. conjurados y héroes. Vio cicatrices y dragones, cada ola, cada guijarro. La corriente variaba caudal y velocidad mientras su aliento trataba de retener alguna imagen, pero cada una era sepultada por la siguiente. No sentía turbiedad, empero, solo comprensión y asombro. Vio al escritor de este texto y su tecleo monótono, y unió su imagen al de un miniaturista medieval de una abadía incendiada. Vio la aurora en Neptuno, y caballos peleando en llanuras nocturnas iluminadas por la tormenta.. Vio detallados mapas del Edén y ejércitos de hormigas defendiendo sus reinos. Vio sangre y semen vertidos, vio los objetos de adoración de los nómadas antiguos, Vio el amor transmutado en odio y la suspensión de la muerte. Vio el caos, y el rostro de Helena. Vio tu rostro, cada emoción que quizá sentiste. Vio los disturbios de los estadios de Constantinopla y Seúl.Vio la muerte de sus nietos y los asesinatos de sus ancestros.  Vio robledales y contenedores de basura, lágrimas de ira y tigres en cuyas fauces se asentaban galaxias que murieron eones atrás.Vio su respiración, y la forma en que bailan los átomos. Vio los jardines de Babilonia, y una quinta de Buenos Aires donde existe una escalera misteriosa. Vio el apetito de destrucción en los ojos de multitudes airadas, y la redención de los atormentados. Vio a Ahab antes de ser Ahab, a Manolete muriendo y sintiendo piedad, empitonado. Vio la forma asombrosa de la música y el viento invisible del amor. Vio al esclavo de César que sintió odio. Vio la luz del atardecer en Gante, y las vistosas plumas de los faisanes en palacios imperiales de Kyoto. Vio baobabs, y sabanas pobladas de antílopes. Vio palacios de hielo, constructos de Dioses malévolos que algún día volverán para perdernos. Vio esqueletos de canoas en el Orinoco y el destino de sus desdichados ocupantes. Vio ponientes sobre la mar helada en planetas de cuyos soles aun su luz no nos ha llegado. Vio batallas y perdón, los lugares de adivinación y las rutas ciclistas, la reliquia de sus antiguos recuerdos, vio la delicada arquitectura de sueños que se perdieron. Vio bailes y llamas arrebatadas, muslos tiernos y la nerviosa caligrafía de tus cartas escondidas. Vio industrias humeantes y ruinas de monasterios.Vio su propio rostro cruzado por su propio vértigo y su calma. Vio las llanuras submarinas de Terranova. Vio el origen de todo, y le fue permitido contemplar que hubo antes. Vio a un cosmonauta atravesando un agujero de gusano. Vio las olas lamiendo la costa en Carrickfergus. Vio el despertar bajo la ducha de millones. Miró y miró, y contempló hechos que no supo interpretar. Vio la luz irradiada por tu monitor y esta página. Vio el pan y la cerveza de los sumerios. Vio las múltiples formas del fuego. Vio los estragos de la guerra. Vio su propia figura en el banco del río, contemplado desde lo alto.

Nada le fue ocultado.Una voz se impuso entre la corriente y le dijo que debía volver. No supo cuanto tiempo había pasado. Aturdido, volvió hacia la galería mientras el caudal del río y su rumor avanzaban sin fin, acompasados y constantes, y la música que lo había guiado abandonaba su conciencia.

La luz solar lo recibió voraz y ansioso. Abrevó su caballo y se sentó bajo una encina para descansar.

martes, 16 de febrero de 2016

La mirada de Laocoonte y el cansancio de vivir



Por lo que más se nos castiga es por nuestras virtudes.

Friedrich Nietzsche.


El mal triunfa. Extiende su aura en su negación al respeto del misterio del ser humano. Nos hicieron creer que cada uno de nosotros llegará a la cumbre. Que haremos lo que nunca fue logrado. Y en esa pasarela brillante de semidioses aparentes creada para la insatisfacción perpetua, existe otro mundo, de confort y hastío. Deambulamos sin mirar. Nos frustramos con cada mínima incomodidad o contratiempo. La meta se aleja a cada parpadeo. Sufrimos, sin saberlo, una infelicidad indolora que no quema ni rompe; pausada, agota y hunde en un marasmo del que solo saldrá quien cierre los ojos y consuma sus lenitivos.Es una infelicidad desapasionada, la sorda y vacua de los carcomidos por el tedio. Entre las brumas del pantano, neones que tratan hacerte olvidar quien eres por quien podrías ser. Si te guiaras por sus remedios.

Dicen que el mundo corre peligro de derrumbe, en hielo o en fuego. Yo, más amargo, creo que ya lo ha hecho. Los escombros relucen, eso es todo. Y abrir los ojos duele.Hay quien cantó una melodía que nos arrastró a un palacio. Pero los grandes salones prometidos eran espejos deformados y trampantojos relucientes. Los escaparates son pródigos. Pero nos hicieron creer que lo merecíamos todo. Las carreteras nos ofrecen un sueño de huida. Pero las sucursales del zoco interminable llegan hasta cada playa remota. Y los riscos silban el viento de una soledad incandescente a los escaladores inconstantes entre los abismos del yo. Huimos de la virtud, porque mancha y crea estigma, porque no entendemos la discrepancia entre lo instituido y lo aprendido. Y nuestras caídas hieren a los otros.

Sabemos que es lo correcto, como una estrella polar lejana, pero las olas enfrentadas a nuestros pequeños cascos son abrumadoras; fingiendo que seguimos la estrella, maniobramos siguiendo la línea de costa bajo la mirada omnipotente de los faros ajenos, que marcan otro camino. Hubo un momento en el que creímos que sufrir una derrota heroica bastaba. Pero luego supimos que no quedará nadie para contarlo. Nos aferramos al mascarón de proa cuando la galerna cruje los mástiles y desgarra las velas. Al fin, frente al fuego, cambiamos la epopeya que creímos merecer por un relato de cotidianos naufragios y breves placeres pasajeros. Atrapados por la nostalgia de un Absoluto que no existe, boqueamos frente a las maravillas de ciudades subterráneas y olvidamos el sol.



Laocoonte fue el sacerdote troyano que advirtió el peligro del regalo griego (Timeo danaos et dona ferentes). Los dioses, coléricos y venales, no quisieron soportarlo. Apolo, Dios del cual Laocoonte era sacerdote, envío unas serpientes marinas que lo estrangularon, junto con sus hijos. La inocencia castigada por el poder, la virtud aplastada por la razón de estado, que es la violencia. La mirada de Laocoonte, de la que Miguel Ángel dijo que era el alma humana esculpida, es la de Prometeo, y la de quien se atreve a desafiar su esencia en alas de su conciencia. Nosotros nunca tememos ya a quien nos trae regalos, aunque en su vientre aguarde la perdición.




El mal triunfa. Sus heraldos negros cabalgan los antros, los estadios, las portadas y las almas. Las pequeñas mezquindades derrumban, y la vida estropea y cansa. Nos queda esa estrella polar titilante, a veces distraída, perdida en la bruma y reflejada misteriosamente en las estelas del agua. Nos queda su fulgor plateado, los sextantes, el descanso de los fondos marinos, las raíces de los manglares, los surcos latentes, las cuevas submarinas, la espalda vibrante de las cordilleras, las sinuosas formas del fuego y las corrientes de la tempestad para gritar quienes fuimos...cuando los muertos despertemos.



viernes, 12 de febrero de 2016

Del calor de establo y del fin de los días




¿No habéis oído el relato del místico que bajo de las montañas para predicar su doctrina en las calles de la populosa Esmirna? Con su candil, su cayado y los pliegues de su levita, atronaba las indiferentes calles: "¡Estáis solos! Abandonad a quienes tengáis cerca. Vivid la noche. ¿No hiela más ahora el frío? ¿ Que calor buscaremos en la llanura sofocada? No viváis cual bestias, apacentadas en el calor del establo. No os retiréis en la muchedumbre ansiosa ¿Que Dios nos concederá el don de la soledad?"

Las calles reían al verlo, alumbrando en pleno día las majestuosas coronas de los edificios agitando el candil.

¡Despertad los riscos iluminados por la tormenta! ¿Quién ha detenido la marcha de los días? No busquéis fuera de vosotros, vuestro hermano vive en la casa de vuestro cuerpo y se esconde de los otros. La armonía es el yo, y toda compañía teme. ¿No es más confortable el pan cocido en el horno propio? ¿No se esta alejando el cometa de su cielo cuando el sol reina?  ¿No giran las calles con cada mirada? ¡Mirad dentro del alma!

Los relatos dicen que pasaron días, y el rastro se pierde en las brumas del pasado, donde se funde con el registro del diluvio que se conoce como "La Tormenta Interminable", de la que poco má se puede añadir.





Las lágrimas caían copiosas, sin temblor ni pausa.Contemplando su ritmo hipnótico, Abdul Alhazred despejaba los velos de Maya y supo que la velocidad de las cosas era un vórtice incontenible que arrastraba conciencias, certezas, piel y sentidos. Una voz poderosa se abría paso entre los truenos para anunciarle que estaba muerto desde que fue concebido, que lo inmutable existía y aunque era solo posible vislumbrarlo, arrastraría las mismas montañas desde cuyas oquedades se resguardaba.El voraz devenir destruía su recuerdo y su anhelo, todo lo que existió para él era presa de su pavoroso naufragio y su mirada oscura contempló los imperios, las lumbres y las marismas implosionando para dar a luz nuevas ilusiones. Supo que pronto todo estaría muerto. Cada remordimiento y lágrima, cada sonrisa, cada pulgada de carne y afán que había conocido, que alguien había engendrado o elevado, cada alma y cada conciencia, morirían al fin, dando lugar al paso de eones al final de los cuales la misma muerte moriría a su vez  para dar lugar a un eterno reino de roca y hielo. Cada calidez de establo se componía de esa sabiduría ardiente cuyos ojos mataban. Y miró, y se adentró en el páramo de la locura sin pena ni sentido de pérdida.





Nota del traductor: Adul AlHazred es el nombre ficticio del autor del manuscrito conocido como "Necronomicón". Los palimpsestos conservados se resumen en formulas rituales de convocación de entidades sobrenaturales, que él llama "Los Antiguos", para que se apoderen del mundo, que les pertenece. 

lunes, 8 de febrero de 2016

Volver

8 de febrero de 2016.

Todo es triste al volver, dijo Cernuda. Podría ser. Ya no soy el mismo. Nada acaba de llegar, y se va yendo. Por eso volver. Porque las cosas cansan, y hace falta una cabaña en el bosque. Porque necesito otro santuario. Porque la selva es una contemplación más agradable que las tapias grises. Porque el cielo sigue pareciendo ese mar extrano. Porque mis demonios cuando escriben, no zahieren. Porque me gusta y lo echo de menos.

Empecé un 15 de octubre de 2009, diciendo que empezaba "como si todo estuviera perdido". En cierto modo, siempre lo ha estado. Fiel a mi manera de no evitar describir algo de manera sencilla si puedo complicarla, me impuse un ritmo que finalmente hube de abandonar. No pretendo volver a eso. No quisiera alimentar mi ego por buscar lecturas, comentarios, adhesiones. Quiero escribir mejor a través de la goma de borrar y la red me ofrece el infinito océano donde arrojar ajadas botellas raspadas de arena. No espero más que algunos lectores, y espero no hacer perder el valioso tiempo que me concedan. Tras dos años de paréntesis, me apetece retomar los viejos mapas y seguir buscando las ciudades prohibidas que la selva, tiempo atrás, engulló. Re-empiezo tal cual empecé:

Ésta es tu casa.
Puedes poner aquí tus cosas.
Coloca los muebles a tu gusto.
Pide lo que necesites.
Ahí está la llave. 
Quédate aquí.
B. Brecht

Hasta pronto.