martes, 25 de enero de 2011

Llegada, inicio, planteamiento...de repente

Llegó a la ciudad desde la carretera agrietada por el hielo. A sus bordes, hileras de personas con brillo negro en sus ojos formaban una hermandad dirigiendo sus pasos hacia las colinas peladas entre el viento que los árboles quemados y caídos no podían atenuar. Como hormigas intentando trepar un muro de metal bruñido rociado de aceite, sus pasos eran torpes y a lo lejos la confusión hacía parecerlos arbustos arrancados y azotados por la ventisca. Y sin embargo, siguió hacia su destino.

En el puente había unas escaleras blancas que bajaban hacia la ribera. Quiso oir el rumor del agua corriendo, pero no se oía nada y su negrura confundida con la noche era una impresión tétrica y solitaria. Al otro lado, algunas luces de la ciudad prendían y mostraban la entrada.

Un gran edificio presentaba sus imponentes puertas de madera tras un pórtico de piedra lleno de motivos indescifrables pero que amenazaban con algún dolor inconcreto y terrible. Un pasillo donde resonaban pasos, y los reflejos del suelo mostraban a dos personas conversando, sin mirarse, difuminadas por alguna vela o antorcha. Llegó hasta el final y bajó hacia una sala húmeda y circular, donde susurraban algunos suplicantes mirando hacia el suelo, arrodillados o sentados inclinándose hacia adelante. Parecía un rito antiguo, con la salmodia y los ojos cerrados intentando entrever algo que en aquella estancia parecía difícil imaginar.

Cuando salió, la luz comenzaba a perfilar las cosas y el sonido de las canteras y las minas a cielo abierto otorgaba un aire radicalmente distinto a la urbe, tan ajetreada, y tan mecánica, desprovista de vida y ausente como podría haber imaginado en un entorno de una dureza tal. Llegó a las minas, y en el fondo de la misma se esforzaba por ver la actividad, aunque sólo percibía movimientos descoordinados y la tensión palpable entre las rampas y los niveles, el estruendo de las máquinas y el silencio de los obreros. El humo unía su gris sucio con el del cielo, que amenazaba llovizna, y sirenas de ambulancia llegaban lejanas. Bordeando las casas de chapa y los charcos de barro, fue acercándose hacia la oficina. Una estantería desplomada, con libros abiertos y sus páginas arrancadas por perros escuálidos, una jaula desvencijada y recién pintada por arriba, una ventana pintada y con el cristal brillando al sol, que ya reinaba en lo alto y le hacía sudar copiosamente.

A unos metros, un hombre sobre un inmenso bloque de hielo refulgente al sol y cegándolo, en pie a duras penas, resbalando continuamente y amagando una caída fatal desde la cumbre transparente. A hachazos, contra el bloque, pues se le ha encomendado quebrarlo hasta su misma esencia, dice. Sin embargo, la brillante mole permanece imperturbable, el esfuerzo jadeante de aquel hombre sólo despega algunas pequeñas esquirlas que hieren su rostro y su boca. "No importa, sonríe ensangrentado, el cumplimiento de la misión que me ha sido ordenada se mide por estas heridas".

-Estoy buscando al capataz - dice G- ,entre estos edificios debe tener su oficina.
-¿Es usted el nuevo capataz? -dice sonriendo-. No tenemos noticia de que se le haya permitido entrevistarse con él. Vaya a consultar al guarda.

Así que allí fue. El guarda ha salido, le dijeron, espérelo usted aquí. Y se sentó en una mecedora vieja, entre la hierba.




Bueno, después del ajetreo que me ha impedido escribir casi ná estos días, me puse un rato ahora y me ha salido...esto, no sé si continuaré o lo dejaré así, quizá sólo lo haya escrito para poder tener algo nuevo que presentar. En fin. Espero que todos esteís bien, y a los que paseís por aquí por vez primera, si es que hay alguien, que siempre hace ilusión, pues también os deseo lo mejor. Hasta pronto :)