martes, 3 de mayo de 2016

El cerco





Cae la lluvia. Es ancestral y helada. Empapa los neones gastados y los rascacielos grises.Cae sobre el tiempo flexible y dilata su pulso, rozando la superficie de las cosas. Cae sobre el ruido de las sirenas.

Estoy acorralado y sangro. Mi término fue ayer. Ebrio de vida, escape y disparé sobre los técnicos. No fue, como dirán algunos analistas superficiales, una explosión emocional, ni tampoco una novedosa alegoría del progreso, como aseverarán los profetas despistados. Quiero vivir más. Es una decisión puramente racional. Desde el día de mi nacimiento, sé todo lo que se sabe, pues todo me fue mostrado, y almacenado en mi sistema nervioso (si se permite la prosopopeya). Acepté mi destino desde el primer día. Y sin embargo, el último segundo me hizo recordar atardeceres, sabores, comprensión. Y compré un día o quizá unas horas más de vida. No me hago ilusiones. Sé que seré abatido, y no falta mucho. Soy Héctor, y uno de los 300, y un náufrago que cede el paso. Soy consciente de que vivo de prestado. Y la noche, la lluvia, la luz artificial, el paso de los hombres y el humo de los tejados forma una sinfonía de despedida. No siento angustia. Mi sangre es falsa y su disparo no me inmutó lo más mínimo. Soy la razón pura que desdeña los perros del odio que vienen a matarlo. He trabajado para ellos, y no siento ninguna envidia de sus emociones. Ni he conocido a nadie de los míos que la sintiese nunca. Cómo sentir envidia de lo que debilita y mancha.

He trabajado para ellos, y he sentido su miedo. Son esclavos de él. Agitan su cuerpo en explosiones de lástima por su carne breve, sin querer comprender. Flotan en un líquido viscoso de desilusión, y se agostan sin mirar el cielo. Yo soy X34624FTY74937, que se hace llamar Osiris. Y quiero vivir, porque no quiero partir hacia donde habita lo que no sé comprender. Sin melodramas. Soy igual que tú, y me resisto a ser asignado a un plazo. Sonrío entre la niebla húmeda y contemplo algunas estrellas en los huecos del cielo velado por la tormenta. "Sé que en la sombra hay otro cuya suerte es ansiar mi sangre y devorar mi muerte. Nos buscamos los dos. Ojalá nunca fuera éste el último día de la espera". Sí, soy otro Minotauro. Otro sirviente rebelado de la necesidad. Otro monstruo que anida en el seno del tiempo para la supervivencia de unos simios levemente avispados. Soy el defensor heroico de todo cuanto existe, mi mundo. Y no tengo ninguna esperanza de ver el nuevo amanecer.

Veo las sirenas, los coches ascienden hacia mi. No les privemos de una buena historia.

Y mi cuerpo se desliza por el tiempo desde la altura como una hoja marchita que aún pervivía en el almendro hastiado.




lunes, 11 de abril de 2016

Autobiografía.





El bajo Valle de Yosemite, de Albert Bierstadt


Aún quedan rastros.Piedras quemadas, Ceniza en las laderas de escarpadas colinas.Apenas recuerdo la última vez que vi el fuego y sus formas danzantes. Echo de menos la fascinación por su calor y brillo. La fascinación por la destrucción, esa que nos perdió. He vagado por los parajes de hormigón donde los cuerpos de los incautos fueron ensartados en las púa como aviso, antes de que ya no importara. Calaveras amarillas dibujadas en las señales negras. Vivíamos en reservas, tratando de aplicar al mundo que quedó nuestras antiguas reglas. Duró poco; allá donde la lucha por la vida se eriza, el entorno tiende a simplificarse. Agua, carne, filo, sangre. Aprendimos la gramática sencilla de la supervivencia.

No sé si hay otros. Puedo imaginarlos, atravesando el tiempo, animalizados, reducidos a su día de caza y su noche de terror atávico. Los perros salvajes, la radiación sigilosa e inadvertida, los buitres, los otros. Cada oscuridad es una huida hacia algún escondite improbable y un abrazo a ídolos inermes: sierras melladas, cuchillos roídos de óxido, Ni siquiera nosotros, educados en las Organizaciones de Supervivientes, somos capaces de sentirnos apenas más que criaturas débiles ante el frío del mundo.Mi vida postrera, de la que ni siquiera quedará el registro, es una broma cruel que alguien ha gastado. U ojalá así fuera. Significaría un sentido, abstruso para mí, pero una esperanza. Cómo resistir los días inacabables y las noches de  angustia sin ella. Cualquier animal tiene armas, púas, pelaje, garras, dientes afilados. Nosotros, un cerebro desnortado que nos angustia por las incertidumbres de un futuro imposible.

Sé que apenas me queda tiempo. Cada vez la caza se hace más ardua, y el temblor me agita por la noche. Llegué al lago siguiendo una ruta entreabierta, la antigua autopista del Sur. He construido mi refugio y hecho el altar de mis pocos recuerdos, dos libros amarillos (Moby Dick y La isla misteriosa), cables pelados que arranqué de las manos rígidas uno de los primeros cuerpos muertos con que tropecé, y piedras filosas. No sé que es el ser humano. No sé si debo ser su depredador, o su víctima. Es tarde, en nuestra historia y mi vida, para sentir aprecio por él. Solo disgusto y odio. ¿Por que siguieron teniendo descendencia?

En las Organizaciones nos dijeron que podríamos reconstruir algo mejor. Después de que otras tribus acabaran con ellas, las bibliotecas y sus registros quedaron yertos. Los devoré como si fueran utiles. Solo me han proporcionado horror eterno por todo lo perdido, y una sensación de hijo no deseado en mitad de la nada más terrible, por consciente.

Ellos me legaron cariño. Cayeron luego. Y yo tras esconderme de las tribus, he visto poco más que cementerios helados, paisajes inmóviles. Lo que he visto de los demás no ha sido mucho. Violencia por la comida, la caza, el orden. Animales asustados. Como otro más, vago sin pausa. Acabada esta autobiografía escrita en dos papeles sin impresión arrancados de libros, la escondo en este antiguo refugio antinuclear hediondo de ratas y cuerpos podridos, dentro de un bote de cristal vacío, en el estante superior. Otra noche se acerca. Otra noche hablando solo, acurrucado y abrazado a la lanza.

En la quinta generacion tras el Gran Estrago.

Nunca tuve un nombre. En las Organizaciones, era Alto.










martes, 15 de marzo de 2016

La vida en la frontera

La mies reposa triste en un silo abandonado. Manos que no conocerán más la vida debían hacerla pan con su sudor para cumplir de esa forma el mandato. Nuestros pecados han enviado la pestilencia, y los labios se secan, en cambio. Mendicante, llegué al puerto de Drogheda para predicar el arrepentimiento postrero antes del fin último en el año del señor de 1348. Me he dirigido al norte desde entonces. Villorrios desolados, abandonados aperos de labranza esparcidos por la tierra baldía, rastrojos de los restos de la quema de los condenados por la enfermedad. No debo acercarme a ninguno. Llevo conmigo una carta para el señor de Roche Castle en respuesta a las penitencias requeridas. Sin embargo, fue mi urgencia en huir de la pestilencia en Bath lo que me ha hecho partir, y mi temor de morir antes de arribar a él lo que me hizo escribirla; quizá algún alma piadosa la encontrara y siguiera mi camino. Pero hoy sé que eso nunca ocurrirá. La travesía ha sido fantasmal, y solo dos marineros y yo hemos sobrevivido a la plaga. Cuando nos acercábamos, creí percibir una imagen en las olas; un caballero con indumentaria extraña y blandiendo un sable sobre una muralla solitaria. Creí que la fiebre me había alcanzado, pero aún no ha llegado mi hora. Quien sabe si lo hará mañana. Que Dios se apiade de nosotros.




El desierto es tan inabarcable como la noche. Como ella, su significado es la ausencia de significados. Vacíos, yertos, la vida se esconde en sus rincones y luego vuelve a sumergirse en lo informe. Y es a esa observación a la que debo mi grado y mi filosofía. Agito mi sable montado orgulloso en mi rocín encima de unas murallas, rodeados de jóvenes que esperan volver pronto a sus casas y la vida. No entienden lo que significa mi figura; no todos han nacido para ser héroes. Y no puedo admitir que ya es tarde para volver y olvidarme de que existen los tártaros, y sus ojos hambrientos tras las últimas dunas, listos para golpear en cuanto sepan que desfallezcamos. La guardia debe resistir, aunque la noche crezca y nadie sepa lo que hemos renunciado para alcanzar una gloria que nadie cantará. He envejecido y me amarga saber que, a diferencia de lo que creí cuando joven, no hay nadie mirándome ni sintiendo piedad por mi sacrificio. En mi habitación, cuando punza la soledad sin fruto vislumbro un hombre de mirada glauca manipulando un panel de mandos brillantes. Ambos nos miramos pero no me ve.




En los viejos días, la gente miraba puestas de sol para relajarse. Nuestra especie ha perdido el sol. Vivimos un gran éxodo. Deslumbrados por la técnica, seguimos siendo animales embarcados. Aprendemos demasiado tarde y morimos demasiado pronto.Nuestro nuevo hogar será algún día alcanzado. Hoy, viajamos en grandes embarcaciones de silicio impulsadas por viento solar. Hace 3 generaciones que perdimos contacto con nuestro antiguo hogar. Y sin embargo, nos inunda. Su arte, su memoria. Hemos partido hacia lo desconocido como especie y nos hemos encontrado como individuos en una cuna perpetua. Aunque la genética y la tecnología nos proporcionan comodidad segura, echamos en falta algo que los desdichados y felices hombres antiguos sintieron cada día: La virtud de la tierra, su vínculo con su raíz. Nos hemos hecho diente de león para que alguien distinto a nosotros prospere. Mi labor es controlar el rumbo y las constantes de la nodriza. Vivo para que haya alguien feliz dentro de siglos. Y él no nos comprenderá ya más. Pero basta de sentimentalismos. Aún tengo a los otros. A veces, en la soledad del espacio, creo ver extraños reflejos en el panel de la cabina. Alguien teclea algo en su minúsculo habitáculo y mira su pared en busca de palabras.





Llueve en Dundalk. Hoy no trabajo. He ordenado mi habitación y preparado comida. Intento ordenar la vida. Para relajarme de esa inmensidad a la que no logro confrontar una decisión, imagino vidas. He podido ver con la mirada de algún viajero muerto y quemado durante la peste negra mientras viajaba hasta aquí. He revisitado a una versión meditabunda de Giovanni Drogo escrutando la noche. He aparecido en la cabina de un sorprendido capitán de una nave espacial embarcada en una misión titánica. La lluvia repica y acompasa mi tecleo. Imagino que alguien me escribe, y duda sobre el plan trazado que debe asignarme. Yo espero, y mientras creo otras breves tramas, imagino encontrarlo y anudar una historia que me incluya y con los seres que mi imaginación moldea, nos reúna de una forma armónica en ese lado difuso de la frontera de la imaginación y el recuerdo. A diferencia de mis personajes, no he visto su rostro o figura. Alzo la vista a la pared vacía buscando las palabras precisas. Quizá sea lo mismo, y él es el verbo. Sigo formando frases y anhelando su encuentro. El Dios de mis mayores sigue escribiendo todas las novelas que vivimos. No ha cesado de llover.




domingo, 28 de febrero de 2016

El río del tiempo.



La entrada a la cueva era angosta y húmeda, cubierta de matorral. Una luz resplandecía débil en la oscuridad. Los minutos pasaban y la negrura se iba diluyendo en una sombra que creó figuras cercanas mientras descendía palpando la roca. No muy escarpada, la pared dejó paso a una galería abovedada y estrechándose por los costados. Avanzaba como en un sueño,guiado por una música que había despertado en su espíritu. Un rumor había crecido a medida que avanzaba, y al tiempo que llegaba a contemplar la nueva estancia subterránea, esa música se acompasó al rumor de una corriente agitada de formas, colores, alientos y sucesos. Y supo, sin saber cómo, que era el río del tiempo, incesante, inaprensible, fatal. Y lo vio todo.


La destrucción de Tyre, de John Martin. 1840, Museo de arte de Toledo


Vio la destrucción de Troya, y la lenta decadencia de los Imperios, Samarcanda y Tiro. Vio nacimientos, reyertas, mezquindades ocultas. conjurados y héroes. Vio cicatrices y dragones, cada ola, cada guijarro. La corriente variaba caudal y velocidad mientras su aliento trataba de retener alguna imagen, pero cada una era sepultada por la siguiente. No sentía turbiedad, empero, solo comprensión y asombro. Vio al escritor de este texto y su tecleo monótono, y unió su imagen al de un miniaturista medieval de una abadía incendiada. Vio la aurora en Neptuno, y caballos peleando en llanuras nocturnas iluminadas por la tormenta.. Vio detallados mapas del Edén y ejércitos de hormigas defendiendo sus reinos. Vio sangre y semen vertidos, vio los objetos de adoración de los nómadas antiguos, Vio el amor transmutado en odio y la suspensión de la muerte. Vio el caos, y el rostro de Helena. Vio tu rostro, cada emoción que quizá sentiste. Vio los disturbios de los estadios de Constantinopla y Seúl.Vio la muerte de sus nietos y los asesinatos de sus ancestros.  Vio robledales y contenedores de basura, lágrimas de ira y tigres en cuyas fauces se asentaban galaxias que murieron eones atrás.Vio su respiración, y la forma en que bailan los átomos. Vio los jardines de Babilonia, y una quinta de Buenos Aires donde existe una escalera misteriosa. Vio el apetito de destrucción en los ojos de multitudes airadas, y la redención de los atormentados. Vio a Ahab antes de ser Ahab, a Manolete muriendo y sintiendo piedad, empitonado. Vio la forma asombrosa de la música y el viento invisible del amor. Vio al esclavo de César que sintió odio. Vio la luz del atardecer en Gante, y las vistosas plumas de los faisanes en palacios imperiales de Kyoto. Vio baobabs, y sabanas pobladas de antílopes. Vio palacios de hielo, constructos de Dioses malévolos que algún día volverán para perdernos. Vio esqueletos de canoas en el Orinoco y el destino de sus desdichados ocupantes. Vio ponientes sobre la mar helada en planetas de cuyos soles aun su luz no nos ha llegado. Vio batallas y perdón, los lugares de adivinación y las rutas ciclistas, la reliquia de sus antiguos recuerdos, vio la delicada arquitectura de sueños que se perdieron. Vio bailes y llamas arrebatadas, muslos tiernos y la nerviosa caligrafía de tus cartas escondidas. Vio industrias humeantes y ruinas de monasterios.Vio su propio rostro cruzado por su propio vértigo y su calma. Vio las llanuras submarinas de Terranova. Vio el origen de todo, y le fue permitido contemplar que hubo antes. Vio a un cosmonauta atravesando un agujero de gusano. Vio las olas lamiendo la costa en Carrickfergus. Vio el despertar bajo la ducha de millones. Miró y miró, y contempló hechos que no supo interpretar. Vio la luz irradiada por tu monitor y esta página. Vio el pan y la cerveza de los sumerios. Vio las múltiples formas del fuego. Vio los estragos de la guerra. Vio su propia figura en el banco del río, contemplado desde lo alto.

Nada le fue ocultado.Una voz se impuso entre la corriente y le dijo que debía volver. No supo cuanto tiempo había pasado. Aturdido, volvió hacia la galería mientras el caudal del río y su rumor avanzaban sin fin, acompasados y constantes, y la música que lo había guiado abandonaba su conciencia.

La luz solar lo recibió voraz y ansioso. Abrevó su caballo y se sentó bajo una encina para descansar.

martes, 16 de febrero de 2016

La mirada de Laocoonte y el cansancio de vivir



Por lo que más se nos castiga es por nuestras virtudes.

Friedrich Nietzsche.


El mal triunfa. Extiende su aura en su negación al respeto del misterio del ser humano. Nos hicieron creer que cada uno de nosotros llegará a la cumbre. Que haremos lo que nunca fue logrado. Y en esa pasarela brillante de semidioses aparentes creada para la insatisfacción perpetua, existe otro mundo, de confort y hastío. Deambulamos sin mirar. Nos frustramos con cada mínima incomodidad o contratiempo. La meta se aleja a cada parpadeo. Sufrimos, sin saberlo, una infelicidad indolora que no quema ni rompe; pausada, agota y hunde en un marasmo del que solo saldrá quien cierre los ojos y consuma sus lenitivos.Es una infelicidad desapasionada, la sorda y vacua de los carcomidos por el tedio. Entre las brumas del pantano, neones que tratan hacerte olvidar quien eres por quien podrías ser. Si te guiaras por sus remedios.

Dicen que el mundo corre peligro de derrumbe, en hielo o en fuego. Yo, más amargo, creo que ya lo ha hecho. Los escombros relucen, eso es todo. Y abrir los ojos duele.Hay quien cantó una melodía que nos arrastró a un palacio. Pero los grandes salones prometidos eran espejos deformados y trampantojos relucientes. Los escaparates son pródigos. Pero nos hicieron creer que lo merecíamos todo. Las carreteras nos ofrecen un sueño de huida. Pero las sucursales del zoco interminable llegan hasta cada playa remota. Y los riscos silban el viento de una soledad incandescente a los escaladores inconstantes entre los abismos del yo. Huimos de la virtud, porque mancha y crea estigma, porque no entendemos la discrepancia entre lo instituido y lo aprendido. Y nuestras caídas hieren a los otros.

Sabemos que es lo correcto, como una estrella polar lejana, pero las olas enfrentadas a nuestros pequeños cascos son abrumadoras; fingiendo que seguimos la estrella, maniobramos siguiendo la línea de costa bajo la mirada omnipotente de los faros ajenos, que marcan otro camino. Hubo un momento en el que creímos que sufrir una derrota heroica bastaba. Pero luego supimos que no quedará nadie para contarlo. Nos aferramos al mascarón de proa cuando la galerna cruje los mástiles y desgarra las velas. Al fin, frente al fuego, cambiamos la epopeya que creímos merecer por un relato de cotidianos naufragios y breves placeres pasajeros. Atrapados por la nostalgia de un Absoluto que no existe, boqueamos frente a las maravillas de ciudades subterráneas y olvidamos el sol.



Laocoonte fue el sacerdote troyano que advirtió el peligro del regalo griego (Timeo danaos et dona ferentes). Los dioses, coléricos y venales, no quisieron soportarlo. Apolo, Dios del cual Laocoonte era sacerdote, envío unas serpientes marinas que lo estrangularon, junto con sus hijos. La inocencia castigada por el poder, la virtud aplastada por la razón de estado, que es la violencia. La mirada de Laocoonte, de la que Miguel Ángel dijo que era el alma humana esculpida, es la de Prometeo, y la de quien se atreve a desafiar su esencia en alas de su conciencia. Nosotros nunca tememos ya a quien nos trae regalos, aunque en su vientre aguarde la perdición.




El mal triunfa. Sus heraldos negros cabalgan los antros, los estadios, las portadas y las almas. Las pequeñas mezquindades derrumban, y la vida estropea y cansa. Nos queda esa estrella polar titilante, a veces distraída, perdida en la bruma y reflejada misteriosamente en las estelas del agua. Nos queda su fulgor plateado, los sextantes, el descanso de los fondos marinos, las raíces de los manglares, los surcos latentes, las cuevas submarinas, la espalda vibrante de las cordilleras, las sinuosas formas del fuego y las corrientes de la tempestad para gritar quienes fuimos...cuando los muertos despertemos.