lunes, 15 de marzo de 2010

Miguel Delibes, o la sabiduría de la tierra


Pero para él fue su última tarde como él mismo,
una tarde de enfermeras y rumores;
las provincias de su cuerpo se rebelaron,
las plazas de su mente se quedaron desiertas,
el silencio invadió los suburbios,
sus sentimientos cesaron, se transformó en sus admiradores.

Ahora se reparte en cien ciudades,
condenado al afecto de los desconocidos,
a intentar ser feliz en bosques de otro mundo,
a ser condenado por un código extranjero de conciencia.
Las palabras de los muertos
se ven alteradas en la conciencia de los vivos.


W. H. Auden, "En memoria de W. B. Yeats"


Cuando era pequeño solía pasar largas temporadas de verano y vacaciones en los pueblos de mis padres y también bastantes fines de semana. Me gustaban: ofrecían a la imaginación abierta de un niño tal cantidad de detalles sorprendentes acerca de otra vida, tenaz y esforzada pero sobre todo, una sencillez en la vida dura y atrayente del campo que cada hora que pasaba allí fue una revelación sobre las verdades que a veces mi privilegiada condición podía esconder mejor en la ciudad y allí se revelaban tan sinceras, sin aspavientos ni justificaciones. La vida era más perra, pero su alegría parecía más cercana. Otra escuela que provenía desde las raíces de un tiempo inmemorial parecía ofrecer ciertos aprendizajes a través de sus gentes y sus manifestaciones a quien quisiera recibirlos. No sé si logré aprender mucho, creo que no. Pero quisiera creer que algo de lo mejor (que no era todo) pervivió, y aún queda un rescoldo de esos días y esas noches vividas en otro mundo, tan distinto del habitual, de deberes y calles donde había que parar los juegos cuando llegaban coches.

Creo que lo que más me sorprendía en el pueblo (los pueblos, vamos, "el pueblo" es una denominación común para todo lo rural en mi caso) era el trato a los animales. En la ciudad eran una compañía, alguien que necesitaba para ello una cierta consideración. En la vida del pueblo, eran instrumentos ante todo, y su condición era más precaria. Una justicia elemental regulaba las relaciones de cualquier animal con su dueño (si eran útiles comían, básicamente) y con cualquier convecino. Las épocas más duras de la miseria habían pasado, pero persistía una mentalidad de privación y austeridad ante cualquier eventualidad futura que para un niño del futuro, de esa España que cabalgaba frenéticamene hacia la modernidad, a veces era un risible testimonio de una etapa superada hacía demasiado tiempo, a pesar de los delirios de unos ancianos, me parecía a mí. Su modo de vida representaba una rareza atrayente en cierto sentido, pero también un testimonio de mi propia realidad, de donde venía, a la cual no quería sostener la vista demasiado tiempo. Las mujeres lavaban la ropa a la piedra en el río, limpiaban la casa y ponían y recogían la mesa, ayudadas por las demás mujeres mientras los hombres y los chicos éramos servidos, los adultos madrugaban para regar o vigilar sus árboles, sus cosechas, sus corrales, para segar o vendimiar en la hora apropiada, con la ayuda de todos los miembros del hogar que pudieran hacerlo sin perder más tiempo del que aportaban, ayudándose entre vecinos mutuamente, a veces, y las bodegas húmedas y oscuras germinaban un vino que sería el consuelo más preciado en una vida de trabajo y esfuerzo. Bueno, breves pinceladas que conformaron una imagen supongo que incompleta. Pero es la mía.

Yo estaba siempre libre de obligaciones (salvo las vacaciones santillana los veranos), todo el día y parte de las noches eran para mí, salir con la bici, ver el río o ir a la huerta o a los chopos(los palos) de mi abuelo, cazcalear, intentar no mancarme, aviarme si me mandaban algún pequeño recado... y en definitiva, observar y aprender que había otra forma de vivir y convivir, a veces envidiable, muchas veces rechazable y casi siempre incomprensible para mí. Miraba y aprendía, o me equivocaba, o sentía desprecio, afecto o indiferencia por esa gente ruda, campechana y en su mayor parte buena, aunque fuera pesada ("y tú ¿de quién eres?") y viera como lo más normal del mundo pararse a hablar con cualquiera, aunque fuera desconocido. Con el tiempo, aprendí que como en todos los sitios, también habían rencores, envidias y conflictos, y que se expresaban de forma más bruta y primaria que en la ciudad, que a veces estallaban de forma mucho más explosiva de lo que creía que podría hacerlo en un ambiente aparentemente más civilizado (era un niño, y pensaba como un niño, simplificando). Aún hoy, algunas miradas torvas bajo boinas caladas son un recuerdo grabado muy vivamente en mí, a pesar de que hace muchísimo tiempo que no he vuelto a ir desde hace mucho tiempo.

Y cuando volvía a mi casa habitual, todo eso se iba desvaneciendo como otra vida que iba muriendo poco a poco sin nada que pudiera sobrevivir de esa otra realidad festiva y vacacional en mi despreocupada vida. Así que cuando en 7º de EGB (creo recordar) hube de leer un libro exigido por el maestro de lengua que se titulaba "Las ratas", algo muy raro se fue apoderando de mí según avanzaba en el trascurso de su lectura. Me sacudieron su ambiente opresivo y miserable, la brutalidad, la atormentada tierra, la determinación de algunos personajes en su modo de vida, su fijeza de ideas y su brusquedad, la tormenta interior en la que va trasncurriendo la historia, la dificultad para salir de esa vida y esas ideas, de esas ratas, por parte de quien aspira a otras cosas, la lucha por la vida y el absurdo, la pobreza, la desesperación, la ignorancia, el hambre.Parecían reales, parecía haber pasado en algún momento, en algún lugar.

Todo eso estaba contado con una sencillez asombrosa, reflejo de la maestría de quien no necesita artificios que se coloquen a la vista del lector para impresionar y puede hablar de cualquier cosa con una sabiduría propia, la que necesita el menor número de palabras precisas para decir cualquier cosa. Unos personajes bien definidos, un ambiente que pesa y tiene forma, una historia que va transcurriendo como un río manso o tempestuoso, una porción de vida libre y fresca plasmada en un papel. Sin embargo, había algo que no llegaba a comprender ni me gustaba. Nunca habia leído nada así, y aunque sabía que debían existir libros oscuros y tristes, no acababa de entender que algo tan crudo pudiera ser un entretenimiento. Con las limitaciones de mi lucidez de niño, era algo que había intuido vagamente en mis temporadas de pueblo, pero era algo nocivo en gran parte, lo rechazaba, trasmitía dolor y sufrimiento real sin visos de final feliz, ¿como podría constituir eso algo que quisiera leer la gente, que le recordara la tragedia de la vida de una forma tan cruda? Lo cierto es que una puerta se había entreabierto, y con una resistencia que fue diluyéndose a lo largo del tiempo en que iba cumpliendo con mi deber escolar, fui acercándome a ella, y cuando estuve más cerca pudo percibir una amable luz detrás que me invitaba a entrar. Lo hice, terminé fascinado, sin eliminar algunas reservas que sentía, pero vencido por la historia que se contaba y lo que se intuía detrás de ella, por la vida que latía en cada página.


Desde entonces, supe que Miguel Delibes ya era un clásico, como todo aquel de quien mandaban leer un libro en el colegio; supongo que esa condición y también cierta propensión a admirar más a aquellos escritores que propendían al malditismo o a cierta imagen más moderna, a quienes exhibían sus rasgos genialoides sin pudor, o bien a clásicos de épocas pasadas y no clásicos vivos y discretos me hicieron considerarlo un gran escritor cuyos libros iban a la cola de los de muchos que quizá eran peores, pero me interesaban más. Así que cuando a falta de otra cosa lo retomé, encontré una fuente de verdad que parecía inagotable, con unas frases fáciles de digerir pero con un sabor muy grato que hacía querer paladearlas durante un buen rato, un avance en la lectura muy natural. Podía ser una literatura muy dolorosa, poniéndo el dedo en las llagas que habitualmente escondemos y apretando como la vida haría, pero también ofreciendo una compasión y una indulgencia con los errores y las debilidades humanas que no es tan frecuente fuera de los libros. Y pensé que allí había algo que permitía conocerme.


En principio, uno ve el paisaje, los campos de castilla, su luz y su frío en invierno, sus extremos, su monotonía. Pero detrás siempre hay tanto...tantos temas universales que se tocan con una elegancia exquisita, como queman las palabras que no pronunciamos, algo que se parece al destino y que siempre nos resulta incomprensible, el paso del tiempo, la injusticia, la crueldad, la nostalgia...aunque sin salir nunca de un punto de contención que quizá podría pasar por simpleza. Creo que no es el caso.No se trata del pueblo, ni de relatos rurales; es el alma. El pueblo, Castilla es un decorado convincente y conocido para el autor. Pero sus temas son los nuestros, los de cualquier ser humano. Adicionalmente, sirve para conocer la historia que no aparece en los libros, la intrahistoria de un régimen mísero que recibía bofetadas en forma de costumbrismo atroz y descarnado. Muestra el modo de vida de un lugar y un tiempo por lo general muy poco envidiables. De dónde venimos. Hoy, que parece que nuestra historia fuera sólo de 30 años, conviene acercarse a lo que fuimos, y a lo que no dejaron ser a nuestros abuelos. Puedo entender mejor a mis abuelos, que nunca tiraban la comida aunque se pasara y atesoraban una caja de tomates, o patatas, o pimientos, como lo más valioso que podrían regalar, que iban a misa (siempre cada uno en el mismo sitio) y a la salida hablaban de lo que pasaba en el pueblo y alrededores...en fin, esas miserias y grandezas cotidianas que se manifestaban así, como se manifiestan de otras formas en otros sitios.

Y de esa forma, juntando recuerdos y lecturas he ido conformando una imagen de una región y un pais, de su historia más reciente, tan alejada y tan presente en ciertos modos y costumbres. A través de una sencillez muy trabajada y un aliento que parece local, se llega a un conocimiento más profundo y lúcido del alma humana. Sirve para entender Castilla, quizá toda España, pero sospecho que podría leerse en otros lugares y no perder esa complicidad con el lector, que cree que conoce la situación. Puedo escuchar "Pueblo blanco" de Serrat sin tener que recurrir al Mediterraneo para comprender todo lo que sugiere; puedo leer "Las ratas" y saber que eso pasa en algún sitio que puede estar muy cercano, del mismo modo. Y creo que un ruso o un francés, o un alemán, también podrían sentirlo. Pero claro, esto yo no lo sé.

Y en definitiva (creo que esta vez no me importa tanto haber sido incapaz de ser conciso, para la siguiente volveré a intentarlo) es muy agradable poder entrar en otros mundos, que a través de ficciones muestran con más verdad las realidades de la vida, de enseñarme con complejidad y con palabras sencillas quiene somos, cual es el alma de la tierra y de las gentes que la habitan, como sufrieron y como fueron tirando por el camino. Y a través de una prosa clara y limpia, que lo convierten en un maestro eterno para cualquiera que pretenda plasmar sus ideas, sensaciones, historias y sentimientos en un papel o en una pantalla. Descanse en paz, maestro.

Pero en la importancia del ruido del mañana
cuando los agentes rujan como bestias en la Bolsa
y los pobres sigan con su sufrimiento acostumbrado,
y cada cual en su prisión casi se convenza de que es libre,
unos pocos millares pensarán en este día
como se piensa en un día en que se hizo algo apenas desusado...
Los instrumentos de que disponemos parecen confirmar
que el día de su muerte fue un día oscuro y frío.

Hasta siempre. Nos quedarán sus palabras.

15 comentarios:

  1. Tienes mi permiso para ser todo lo poco conciso que te apetezca, mientras que no bajes el listón ;)

    Respecto a lo que escribes, me parece increíble que en solo unos años todo ese mundo parezca haberse volatilizado, en un par de generaciones, no hace falta leerlo en los libros ni que lo cuenten los más viejos del lugar, nuestros padres pudieron vivirlo en primera persona y a nosotros ya no nos llegó nada. Fueron años duros y difíciles que deberían hacernos sonrojar ante nuestras banales miserias cotidianas.

    Porque, por lo menos a mí me pasa, tenemos tendencia a idealizar ese mundo rural como un paraíso perdido, y de paraíso tenía que tener muy poco, pero la nostalgia es así, especialmente la relacionada con lo que no hemos vivido.

    Buen post!!!!

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  2. Hola,
    Arrancar con Auden es la certificación notarial que lo que sigue valdrá la pena.
    Muy acertado este estrecho puente entre el paraíso de la infancia y Delibes. Esos veranos libres, esa felicidad sencilla que siempre se echa de menos, es crecer y hacerse mayor en la naturaleza, mejor que la ciudad.
    No leí mucho a Delibes, más el cronista que el novelista. Siempre me sorprendió que argumentara tan bien y tan tranquilamente. Hasta me convenció que un buen cazador es el ser más ecologista, en realidad.

    "y cada cual en su prisión casi se convenza de que es libre", confirmando las sospechas.
    Y gracias por no hacer un post de "Delibes escribió eso y aquello".
    Un abrazo.

    PD: De Castilla, recuerdo en que sus llanuras domina el cielo. Tiene algo de una espiritualidad abrupta y cierta.

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  3. Sé lo que son los veranos de infancia en el pueblo. Recuerdo como eran sus gentes y sus penurias (hablo de los años 60)y tus palabras parecen refrendo de lo por mi vivido.
    Extraordinaria entrada.

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  4. Vuelvo a repetirme, pero es que es verdad "¡¡¡¡ pero que bien escribes!!!!!".

    Buena entrada, buen homenaje a este gran hombre y me gusta que no seas conciso.

    Enhorabuena!!!

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  5. La capacidad de evocar de Delibes no tenía comparación. Como castellano me siento muy identificado con lo que escribía este gran hombre: esos ambientes secos, ese olor a tierra, ese caracter....
    Yo voy a hacerle un sentido homenaje releyendo alguna de sus obras. Creo que será "El camino".

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  6. Muchas gracias a todos, me alegra saber que a pesar de la extensión, ha podido interesar a algunos elegidos ;) , aunque volviendo a la tierra, creo que ha sido más el gran Delibes, aunque no me importa, claro, es un honor.

    Como siempre, es un privilegio leer vuestras aportaciones, querría que se me hubieran ocurrido a mí para hacer un mejor post, pero no os lo tengo en cuenta :D

    Juanjo, es cierto completamente, todo eso ya se ha perdido y parece difícil que vuelva. Estamos en mejor situción, obviamente, pero algunas cosas si que dan pena, quizá por una nostalgia que las embellece en exceso. En cualquier modo, para mí era como un parque temático dónde no tenía obligaciones, así que mi visión no es muy ajustada.

    Igor, Auden es genial, sip. Y el Delibes novelista es genial, como el cronista, parece que no tiene ninguna dificultad para construir esos castillos tan hermosos, que todo fuera natural, es mágico. Y el cielo de Castilla también lo es, creo que tienes razón en tu formidable última frase.

    Demián, como ya respondía a Juanjo, no soy un gran conocedor, ni mucho menos. Pero algunas de esas cosas me quedaron muy grabadas, quizá sin una dea muy clara.

    Kira, muchas gracias, quizá es que me lees bien y parezco hacerlo mejor de lo que lo hago, gracias a ti.

    Strafford, todos esos apuntes certeros, parece fácil hacerlo, pero que difícil es plasmar tan fielmente una realidad que todos parecemos conocer cuando leemos. Yo también lo estoy (me estoy, en realidad) homenajeando con "Señora de rojo sobre fondo gris", me lo recomendó una señora en la Biblioteca y ahí ando, maravillado.

    ¡Gracias a todos, de nuevo!!

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  7. En la infancia está el tintero de muchas plumas. Una entrada interesante y emotiva. Un homenaje merecidísimo.

    ¡Saludos!

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  8. Uno de los grandes ¡de verdad! pero... seguimos acordándonos de los muertos... mejor sería en vida.
    Un saludo.

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  9. Explorador que homenaje mas bello a Delibes.
    He sentido mucha pena por su muerte, muerte como persona porque el escritor queda entre nosostros para siempre.
    Y de extenso nada, lo has escrito tan bien que es un lujo leerte.
    Además has empezado con Auden, mi favorito.
    Un abrazo

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  10. Te puedo asegurar que si mi perra pudiera leer, ¡le encantaría como a tanta gente tu blog! Me gusta seguir un blog tan diferente como el tuyo.

    Un abrazo y espero tu nueva entrada con muchas ganas, para saber con que nos vas a deleitar...

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  11. Hola Explorardor. Hoy al fin me tomé el tiempo que se merecía para leerte tal y como te mereces. Me gusta como escribes, si bien, se me hace largo y extenso. Pero llegar hasta el final ha sido, al menos en este post, una delicia de sentimientos,sensaciones y recuerdos con los que me podría identificar sin lugar a dudas. Me ha gustado esa bella semblanza de evocar otros mundos a través de los ojos de un niño, que aprende bebiendo de lo que le rodea. Y "el pueblo" siempre tiene buena escuela, por muy dura que se nos antoje.Creo que aprendiste mucho más de lo percibido por tus cinco sentidos y eso, explorador, ha quedado impregnado en tu alma. Así intuyo yo que lo manifiestas. Me gusta como has ido desgranando tu relato y haciendo paralelo a un escritor como Delibes. Volveré a leer Las ratas. también me la recomendaron de niña. Hoy me aferro a esa nostalgia para no querer pensar que tiempos pasados fueron mejores. Porque en el avance y en la construcción está el futuro. Pero lo que siempre nos quedará son nuestras raíces en un "pueblo" del que que procedemos y del que nuestros antepasados hicieron de él, a modo simple y con sencillez, su forma y su estilo de vida. Su subsistencia. La gente ruda y campechana tiene alma y, a veces, nos la descubren de una manera mucho más amplia y sencilla.
    Contenta de haberte leído Explorador. Vale la pena detenerse en tu expresión. Saludos.

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  12. Gracias, la verdad es que el homenaje era merecidísimo ya antes, pero bueno, la actualidad tiene estas cosas. La próxima vez intentaré comprimirlo más, y sí, creo que los pueblos tenían una escuala muy peculiar pero provechosa, a fin de cuentas.

    Un saludo a todos, y muchas gracias :)

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  13. Muy buen homenaje y estupendo escrito.
    Vengo desde Yenodeblog de leer tu entrevista, que me ha gustado mucho.
    Saludos

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  14. Explorador, al igual que tú, dediqué en ese funesto día para la literatura española una entrada al gran escritor de Los Santos Inocentes, obra con la que me siento identificado pues extremeño soy y sé de primera mano de lo que hablaba.

    La actuación de Pacino no tiene desperdicio, te lo aseguro. Visitaré estos lares de vez en cuando. Un saludo.

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  15. Muchas gracias, Chary y Agustín, espero que ests sitio os sea grato, es vuestra casa :)

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