miércoles, 16 de agosto de 2017

Los hijos de Hurin. Contiene spoilers.






Yo soy el Rey Mayor: Melkor, el primero y más poderoso de los Valar, que fue antes que el mundo, y que hizo el mundo.
La sombra de mi propósito se extiende sobre Arda, y todo lo que hay en ella cede lenta e inflexiblemente a mi voluntad. Pero sobre todos los que tú ames mi pensamiento pesará como una nube fatídica, y los envolverá en oscuridad y desesperanza.
Dondequiera que vayan, se levantará el mal. Toda vez que hablen, sus palabras tendrán designios torcidos. Todo lo que hagan se volverá contra ellos. Morirán sin esperanza, maldiciendo a la vez la vida y la muerte.
Pero Húrin respondió:
—¿Olvidas con quién hablas? Las mismas cosas dijiste hace mucho a nuestros padres; pero escapamos de tu sombra.—Esto último te diré entonces, esclavo Morgoth —dijo Húrin—,no perseguirás a los que te rechazan más allá delos Círculos del Mundo.
—Más allá de los Círculos del Mundo no los perseguiré —dijo Morgoth— porque nada hay allí. Pero dentro de ellos no se me escaparán en tanto no entren en la Nada.
—Mientes —dijo Húrin.
—Ya lo verás, y confesarás que no miento —dijo Morgoth. Y llevando a Húrin de nuevo a Angband, lo sentó en una silla de piedra sobre un sitio elevado de Thangorodrim, desde donde podía ver a lo lejos la tierra de Hithlum al oeste y las tierras de Beleriand al sur. Allí quedó sujeto por el poder de Morgoth; y Morgoth, de pie al lado de él, lo maldijo otra vez y le impuso su poder de manera que Húrin no podía ni moverse ni morir, en tanto Morgoth no lo liberara.
—Ahora quédate ahí sentado —dijo Morgoth—, y contempla las tierras donde aquellos que me has entregado conocerán el mal y la desesperación. Porque has osado burlarte de mí y has cuestionado el poder de Melkor, Amo de los destinos de Arda. Por tanto, con mis ojos verás y con mis oídos oirás, y nada te será ocultado.

Adoro este relato oscuro de Tolkien, acabado por su hijo Christopher. La descripción del mal, el de las trincheras que vivió, los nidos de ametralladoras son aquí una cosmogonía del dolor perpetuo. Los personajes intentan elevarse, como en su mitología nórdica del anillo. Pero el destino, el tiempo, el mal pesan como en la griega y caen cansados antes de caer hacia los bordes de la sombra. Y la prosa es vibrante y desesperada como un vendaval que azotase el risco.

Entonces escapó como el viento, y ellos se quedaron asombrados, preguntándose qué locura le habría dado; y lo siguieron. Pero Túrin corrió dejándolos muy atrás; y llegó a Cabed—en—Aras, y oyó el rugido de las aguas, y vio que todas las hojas caían marchitas de los árboles como si hubiera llegado el invierno. Desenvainó allí la espada, lo único que le quedaba de todas sus posesiones, y dijo: —¡Salve, Gurthang! No otro señor ni lealtad conoces, sino la mano que te esgrime. No retrocedes ante la sangre de nadie. Por tanto ¿no quieres la de Túrin Turambar? ¿No me matarás de prisa?

Y en la hoja resonó una voz fría que le respondió: —Sí, de buen grado beberé tu sangre, para olvidar así la sangre de Beleg, mi amo, y la sangre de Brandir, muerto injustamente. Deprisa te daré muerte.

Y en la historia de Hurin, su hermosa Marwen y sus desdichados hijos se agita el problema del mal, las sombras tras que corremos y el dolor que nos agrieta y despoja. Hace falta una resistencia espiritual tenaz para saber que somos poco más que esas brumas que se deshacen y que por eso mismo, hay que avanzar aunque tengamos la desdicha de que nada se nos sea ocultado.

Cuando se hizo la oscuridad, Húrin resbaló de la roca y cayó en un pesado sueño de dolor. Pero en el sueño oyó la voz de Morwen que se lamentaba y que lo llamaba una y otra vez; y le pareció que la voz venía de Brethil. Por tanto, cuando despertó, junto con la venida del día, se puso de pie y regresó al Brithiach; y avanzando a lo largo de Brethil llegó en la noche a los Cruces del Teiglin. Los centinelas nocturnos lo vieron, pero se sintieron atemorizados, pues creían ver a un fantasma salido de un viejo túmulo de guerra, y que ahora andaba en la oscuridad; y por eso Húrin no fue detenido, y al fin llegó al sitio en que Glaurung había sido quemado, y vio la piedra alta, erguida a orillas de Cabed Naeramarth. Pero Húrin no miró la piedra, pues sabía lo que allí estaba escrito; y además había descubierto que no se encontraba solo. Sentada a la sombra de la piedra había una mujer, inclinada y de rodillas; y mientras Húrin la miraba en silencio, ella echó atrás la destrozada capucha y levantó la cara; tenía el pelo cano y era vieja; pero de pronto las miradas de los dos se encontraron, y él la reconoció porque aunque había espanto y frenesí en los ojos de ella, aún conservaban la luz que mucho tiempo atrás le había ganado el nombre de Eledhwen, la más orgullosa y bella entre las mujeres mortales de antaño.

—Has venido por fin —dijo ella— He esperado demasiado.

El camino era oscuro. Vine en cuanto me fue posible —respondió él.

—Pero has llegado demasiado tarde —le dijo Morwen—. Se han perdido.

—Lo sé —dijo él— Pero tú no.

Pero Morwen dijo: —Casi. Estoy agotada. Me iré con el sol. Queda poco tiempo ahora: si lo sabes ¡dímeló! ¿Cómo llegó ella a encontrarlo?

Pero Húrin no respondió, y se sentaron junto a la piedra y no volvieron a hablar; y cuando el sol se puso, Morwen suspiró y le tomó la mano, y se quedó quieta; y Húrin supo que había muerto. La miró en el crepúsculo, y le pareció que las líneas trazadas por el dolor y las crueles penurias se habían borrado en el rostro de Eledhwen. —Nunca fue vencida —dijo; y le cerró los ojos y permaneció sentado e inmóvil junto a ella mientras la noche continuaba avanzando.

Lucha contra el mal. Confía en ti. Sé valiente.

 

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