martes, 5 de noviembre de 2019

Del estado del mundo. Un boceto simple. II, Los otros.

El estado actual del mundo se reduce básicamente a la búsqueda de la virtud incesante. Es una pelea personal entre el individuo y un mundo abyecto que pelea por superarla, de modo que la radicalización constante de explosiones emotivistas crea un santuario de belleza moral en el que los hombres no son felices. Porque desean la soledad en su esencia y la compañía para desplegar su exhibicionismo ético. En su competencia por el liderazgo, todos desean el cambio ajeno y no parecen apreciar el cálido aliento del cambio irreversible. Nada importa; todo pasa. El aliento humano se enroca en los deseos negados durante las horas agrias. Algo de paz, algo de compasión y un gesto amigo. Dejar de opinar sobre todo y dejar un capa superflua en el mundo para creer en algo y compartir dentro el fuego que, se intuye, forma la vida conectada de los seres y las cosas.

Lo que hace negar lo que de común hay en el otro acecha, sin embargo. La ideología, que abstrae los sufrimientos y el quebrar de las  almas que sienten lo mismo que nosotros, simples peones en el juego de otros que fingen merecer ser reyes. El ego, que multiplicado, ansía y preludia el terror. La banalidad, del mal que ríe lo que destruye y del bien que finge lo que anhela impotente. La soledad que acosa los fantasmas irreales que pueblan las horas lentas de la gente y envenena su falta de sentido.

La extrañeza gobierna la masa y su confusión la dirige hacia territorios sombríos. Ser individuo es difícil y pertenecer a la tribu, exigente y desalmado. Contra la cumbre escarpada, miran la noche y se estremecen contra el cielo sin estrellas. Ciegos, buscáis el lenitivo, el antídoto que dé al desamparo un olvido. Rota y desquiciada, la marea busca rocas contra las que romperse y no encuentra el ideal grandioso que otorgue bravura a su desesperado empuje. Tristes, buscamos en grupo lo que en el ser humano puede salvarlo todo. No es fácil y exige sacrificio, aceptación y olvido, un precio que pagar y una voz que ahuecar en su formulación, tan sencilla y tan llena de espinas: la verdad.


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