De una experiencia amarga puede nacer lo dulce. En una leyenda o una exageración puede haber más verdad que en lo que vemos pasar delante de nuestros ojos. Otras veces no ;) , hay que intentar aprender a mirar, supongo.
Alrededores de Viena, año 1683. En la mañana otoñal, algunos soldados otomanos se muestran sorprendidos, otros resignados, cansados todos. Mantenían un cerco a la ciudad, la joya centroeuropea apetecida tras la conquista de los balcanes (batalla de Kosovo) y el reino de Hungría (batalla de Mohács). La puerta hacia Europa occidental, la conquista de una capital indiscutible de la cultura, la política y la historia mundial. Una posible conquista de un valor simbólico de primer orden, aparte de su significado intrínseco. Pero ese día, 11 de septiembre por concretar más, constituye la fecha en el que termina la mayor expansión territorial que el impresionante Imperio Otomano había conseguido, pues esos sufridos y temibles soldados reciben la orden de levantar el asedio y retirarse. Las defensas, fortalecidas tras la intentona de Solimán el Magnífico siglo y medio antes, han supuesto demasiado obstáculo para un ejército y un Imperio que va a comenzar su fase de decadencia que será muy larga: durará, al menos nominalmente, hasta unos años después del fin de la Primera Guerra Mundial, cuando Kemal Ataturk, el gran modernizador (quizá sea más adecuado decir el occidentalizador, de cualquier manera, no sé apenas nada de su historia) abola el sultanato en 1922 y establezca una república al modo europeo.
Para celebrar de una forma concreta el acontecimiento, tras el miedo y la incertidumbre sentidos durante el asedio, los vieneses reaccionan como reaccionamos todos cuando tras algo así nos sentimos a salvo:agrandaos xDDD. Y de sentir el miedo cerval al Turco amenazante, que había sido durante varias generaciones anteriores una de las preocupaciones de todo reino y territorio centroeuropeo (quien haya visitado Praga habrá visto que en el famoso reloj astronómico una de las 4 amenazas trascendentales, junto a la muerte, la avaricia y la vanidad es el turco que amenaza desde una esquina de dicho reloj) pasan a burlarse de él, se reconfortan entre ellos, y crean un espíritu de satisfacción ante su valentía demostrada y su valía, recordando además, que salvo algunos alemanes con desgana, nadie en Europa se ha preocupado de su suerte.
Así que, en ese espíritu de orgullo por la resistencia vienesa, los pasteleros de la ciudad quieren poner su granito de arena, y cómo lo que fundamentalmente saben hacer son dulces (obviedad digna de escribirse, anda que...), pues se ponen a la obra. Y para simbolizar la derrota del orgullo otomano, la resistencia, el heroísmo, la humillación...y todas las palabras del léxico patriótico que hoy suenan tan gastadas, buscan un símbolo, que sea reconocible al instante, de su victoria, o bien de la otra cara, la derrota turca. Y encuentran la media luna, símbolo del poder del Imperio (Quevedo decía "la sangrienta luna", queda muy bien, la verdad), que va a ser un simple pastelito que se va a poder comer tan ricamente. Esa media luna no representa temor ni temblor ni ná. Es un apetecible dulce que uno se come y se recrea comiendo, desafiando impunemente al castigo divino de un Dios que no es el suyo ni al terrenal de unas tropas de un Imperio cansado, se desfigura a medida que se va masticando... y que convierte un símbolo de algo que producía pavor ante su amenaza permanente desde hace décadas en otro símbolo, esta vez alegre y ligero. Es una transmutación genial.
La leyenda (¿qué es historia, qué leyenda en estas mitificaciones?, muchas veces una mentira literal esconde verdades más profundas que en una lectura superficial no lograrían aparecer), continúa diciendo que el nombre alemán que recibió el pastel fue Halbmond, "media luna" y a raíz de su éxito, la fórmula viajaría a Francia, donde recibió e nombre popular por el que es conocido, y que significa "creciente". Y su fama fue creciendo también, y llegó a ser un símbolo de algo muy alejado de lo que quizá pudo significar un día, un manjar para empezar bien cualquier día normal, hay pocas cosas mejores que esas.
Hoy las banderas no tienen esas cargas simbólicas, Turquía avanza en su petición de integrarse en una Unión Europea, que intenta un bello sueño, para el que desgraciadamente aún quedará mucho camino, que cobremos conciencia de que debemos ser europeos e interesarnos por los demás paises que nos rodean y avanzar hacia una integración efectiva en una entidad llamada Europa de tanta tradición (buena y no tan buena) y tantísimas cosas comunes (por vías mejores y peores, nos hemos mezclado más de lo que uno supondría escuchando a los esencialistas de cualquier lado). Los conflictos religiosos están ahí, pero son menos punzantes de lo que eran hace 4 siglos. En resumen, pese a lo que queda de camino, hemos ido sustituyendo los odios a los símbolos enemigos, aunque para ello los hayamos banalizado a veces, y en ocasiones hemos sido capaces de convertirlos en algo muy grato para todos, aunque haya debido pasar algo de tiempo. Y aún así, queda tanto por hacer todavía...
Pero en la actualidad, quiza en un café de Estambul, los descendientes de unos y de otros en una misma terraza pueden compartir con su café o su desayuno la misma delicia, y sentir difusamente que a pesar de sus diferencias, comparten algo común, que viene desde algo más hondo de lo que la mayoría de las veces somos capaces de percibir con claridad. Para Flaubert, la historia es como el mar, hermosa por lo que borra. A veces, los tipos que dicen estas frases tan aparentes tienen famas merecidas...
No tenía ni idea de esta historia del cruasán. Es mi pastel favorito de largo. Me gusta comerlo seco, sin mojarlo en nada. Está buenísimo. Me ha entrado el antojo ahora.
ResponderEliminarYo me he comido uno (en realidad medio) esta mañana. Mmmmmmmmmmm, sensacional...
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